Era el año 1975, y me acababa de suceder algo importante. Fui a buscar a Francis, mi amigo y confidente, para contárselo. Lo encontré en su apartamento, preparándose para salir de inmediato. Él percibió que tenía algo importante que decirle, y me preguntó: «¿Qué sucede?». Entonces, se lo dije sin rodeos: «¡Ayer acepté a Jesús como mi Salvador!».