Introducción | Leer ( - Marcos 5:21-43) Este pasaje, junto con los dos anteriores, completa unas series de historias en las que el Señor
Jesucristo se enfrentó a cuatro elementos adversos para el hombre y contra los
cuales se encuentra impotente.
• Las fuerzas hostiles de la
naturaleza (Mr 4:35-41).
• Los poderes espirituales de maldad
(Mr 5:1-20).
• Las enfermedades incurables y la
muerte (Mr 5:21-43).
En todos
los casos, el Señor mostró su poder divino, venciendo sin ninguna dificultad
aquellas cosas que para el hombre resultan imposibles. Al hacerlo, su propósito
es mostrarnos anticipadamente algunas de las características de su Reino, en el
que los límites impuestos por la caída son superados por la Obra de Cristo. Así
por ejemplo, en este pasaje veremos que el dolor y la muerte son superados por
su poder para sanar y resucitar.
Otra de las
características principales de este pasaje, es que este poder restaurador del
Señor llega hasta nosotros a través de la fe. Así fue tanto en el caso de la
mujer con flujo de sangre, como en el de Jairo, que vieron su fe recompensada,
la primera con la sanidad de su enfermedad y el segundo con la resurrección de
su hija. Pero tendremos ocasión de considerar también, que en ambos casos su fe
fue probada y tuvo que vencer grandes obstáculos.
Las
circunstancias
Jesús
acababa de ser rechazado por los gadarenos que le rogaron que se fuera de sus
contornos(Mr 5:17), pero ahora, al regresar al lado occidental del lago,
probablemente a Capernaum, nada más llegar salió a su encuentro un hombre
llamado Jairo, principal de la sinagoga, que le rogaba insistentemente que
fuera con él a su casa.
¡Qué
contraste! Mientras unos le rechazan y le piden salir de sus contornos, otros
le esperan con el fin de acercarse a él e invitarle a venir a su casa. Y esta
misma situación se repite en nuestros días constantemente, donde personas, e
incluso pueblos enteros, manifiestan posturas completamente opuestas frente a
Jesús.
También nos
llama la atención la actitud de la multitud, que según nos dice Lucas,
"cuando volvió Jesús, le recibió con gozo; porque todos le esperaban"
(Lc 8:40). ¿Cuáles eran sus expectativas? Tal vez eran llevadas por su
curiosidad por presenciar alguno de los milagros de Jesús. No lo sabemos.
"Jairo,
uno de los principales de la sinagoga"
Jairo era
uno de los que esperaba ansiosamente el retorno del Señor. La razón es que su
hija yacía moribunda y su tiempo se acababa sin que pudieran hacer nada por
ella. Así que, tan pronto como Jesús llegó, vino a su encuentro y le pidió
desesperadamente que le acompañara a su casa. Sin duda, fue un acto evidente de
fe, pero como decíamos antes, su fe tuvo que superar diferentes obstáculos,
algunos de ellos muy difíciles.
El
evangelista nos dice que Jairo era uno de los principales de la sinagoga, y
como ya hemos considerado en pasajes anteriores, en este momento, las sinagogas
estaban prácticamente cerradas para Jesús. Recordemos que la última vez que
había estado en la sinagoga de Capernaum, los fariseos se unieron a los
herodianos con el fin de destruirle, porque en un día de reposo había sanado a
un hombre con una mano seca (Mr 3:1-6).
Y ahora
Jairo, uno de los principales de la sinagoga, quizá de esa misma sinagoga en
Capernaum, acudió a Jesús para que sanara a su hija enferma. No es difícil
imaginar lo difícil que tuvo que ser para él pedir ayuda a Jesús.
Siempre nos
resulta humillante tener que pedir ayuda a otros, pero en este caso aun era más
doloroso, porque Jairo era uno de los gobernantes judíos y Jesús era un rabí
despreciado y tenido por endemoniado por los líderes religiosos (Mr 3:22). ¡Qué
difícil tuvo que resultarle superar "el qué dirán" de sus
correligionarios judíos! Y tal vez, si él mismo había participado en el rechazo
a Jesús, tendría también que haberse arrepentido y confesado su equivocación y
pecado.
Pero la
auténtica fe siempre se encuentra con estos obstáculos y para que pueda obtener
su recompensa, tendrá que superarlos. ¡Pero qué difícil resulta para el orgullo
humano reconocer que necesitamos a Dios, al mismo Dios al que muchas veces
hemos ignorado y menospreciado, y pasar por encima del "qué dirán" de
la gente cuando nos ven acercarnos a Jesús!
La
petición de Jairo y la respuesta de Jesús
Así que
Jairo, un hombre respetable en su comunidad, llegó a los pies de Jesús y le
pidió por su hija moribunda. Todos los que somos padres sabemos el dolor que se
siente cuando vemos a nuestros pequeños enfermos o amenazados por la muerte.
Así que, postrado a los pies de Jesús, con una intensa ansiedad y un tierno
afecto hizo su ruego: "mi hijita está agonizando, ven..."
Es evidente
que Jairo tenía fe en Jesús. ¿Por qué entonces el Señor no hizo como en la
historia del centurión en que con una palabra bastó para sanarlo (Lc 7:1-10),
evitando así el sufrimiento del padre y la misma muerte de la niña? Seguramente
quería enseñar a Jairo, y también a todos nosotros, un principio fundamental:
allí donde hay fe, el Señor la probará para que crezca.
La fe de
Jairo alcanzaba a saber que Jesús pudiera sanar a su hija gravemente enferma,
pero el Señor quería que avanzara hasta llegar a comprender que también tenía
poder para resucitar a los muertos. Pero para poder llegar a aprender esto, no
había otra manera que esperar hasta que su hija muriera, lo que sin duda
convirtió aquellos momentos en que Jairo intentaba abrirse paso entre la
multitud junto a Jesús camino de su casa, en una angustia inimaginable.
Algo
similar ocurrió en el caso de Lázaro y sus dos hermanas y que relata Juan.
Cuando le llegó la noticia a Jesus de que su amigo Lázaro estaba enfermo, aun
se quedó dos días más en donde estaba antes de ir (Jn 11:3-6). Este retraso
tuvo como finalidad enseñar a Marta y a María que Jesús no sólo tenía poder
para sanar a su hermano enfermo, sino que él mismo era la resurrección y la
vida (Jn 11:21-27).
"Una
mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre"
Pero en el
camino a casa de Jairo, el Señor tuvo que detenerse para atender a otra mujer
enferma y que también le estaba buscando. Este "retraso" fue sin duda
otra dura prueba para la fe de Jairo.
Marcos nos
ofrece algunos datos acerca de la enfermedad de esta mujer que nos sirven para
hacernos una idea de su estado. Padecía de flujo de sangre desde hacía doce
años, por lo que podemos imaginar que se encontraría muy débil físicamente.
Además, una enfermedad de tan larga duración, siempre resulta agotadora tanto
para el que la sufre como para los que le cuidan.
Pero la
enfermedad no sólo había minado sus fuerzas físicas, sino que también había
terminado con todos sus recursos económicos, gastados inútilmente en médicos
que no habían logrado dar con una solución para su enfermedad, incluso,
"antes le iba peor". Nos podemos hacer una idea de lo que aquella
mujer tuvo que haber sufrido a manos de los médicos, en una época en la que la
medicina y sus tratamientos tenía mucho más de superstición que de ciencia. Y
esto, para que finalmente perdiera todo cuanto tenía y fuera desahuciada por
los médicos que no lograron encontrar una solución para ella. Su situación era
totalmente desesperante, sin solución humana posible. Por todo esto, Marcos
dice que su enfermedad era un "azote", como un látigo de los
empleados por los romanos para castigar a los malhechores.
En muchos
sentidos, el caso de esta mujer es un buen ejemplo de la situación de miles de
personas que pasan años de angustia en busca de paz en sus corazones sin lograr
encontrarla. La buscan a través de diferentes remedios humanos sin encontrar
ningún alivio. Van de una iglesia a otra sin sentir ningún tipo de mejoría para
su estado espiritual, antes se encuentran cada vez más desengañados de todo y
desanimados. Lo que necesitan urgentemente es ir a Jesús, cueste lo que cueste.
Pero una
enfermedad de este tipo tenía también ciertas implicaciones religiosas que sin
duda vendrían a aumentar su dolor. Según la ley levítica (Lv 15:25-27), una
mujer con flujo de sangre se encontraba en una condición de impureza
ceremonial, que le impedía participar en el culto a Dios. Podemos imaginarnos
cómo esta enfermedad habría condicionado su relación con Dios a lo largo de los
años.
Pero
también impedía su trato normal con sus semejantes, ya que cualquiera que
tuviera contacto con ella quedaría en la misma condición de impureza. De hecho,
cuando gastando sus escasas fuerzas logró abrirse paso entre la multitud que
apretaba a Jesús, "contaminó" su impureza ceremonial a todos ellos, y
finalmente, al mismo Jesús cuando le tocó.
¡Qué
curiosa situación! En aquel camino, Jesús se encontraba en medio de Jairo y de
la mujer enferma. Dadas las implicaciones religiosas de su enfermedad, aquella
mujer nunca habría ido a la sinagoga que presidía Jairo, así que, difícilmente
se conocerían, pero ahora, por circunstancias muy diferentes, los dos estaban
junto a Jesús, ambos igualmente necesitados de él.
La
fe de la mujer enferma
No cabe
duda que la mujer sentía hondamente su necesidad, y fue a raíz de escuchar
hablar de Jesús y de las maravillas que hacía (Mr 5:27), cuando surgió en ella
la fe. Como en el caso de Jairo, se trataba de una fe auténtica, que lograba
superar los obstáculos.
Como ya
hemos dicho, su fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso entre
la gente y llegar hasta Jesús. Y cuando finalmente fue sanada, la fe le llevó a
confesar toda la verdad acerca del bien que había recibido de Jesús, venciendo
las posibles críticas de aquellos que habían llegado a estar inmundos
ceremonialmente por causa del contacto con ella.
Algunos han
pensado, que puesto que lo que la mujer se había propuesto era tocar el borde
del manto de Jesús, no se trataba tanto de fe sino de superstición. Otros han
intentado usar el incidente para justificar su confianza en las reliquias, una
práctica muy extendida en el catolicismo por muchos siglos. Pero debemos notar
que Jesús subrayó que lo que le había salvado era su fe en él: "Hija, tu
fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote". El toque del
manto de Jesús fue sólo una expresión de la fe que ella tenía en el poder de
Jesús.
"¿Quién
me ha tocado?"
La mujer
fue sanada por el hecho de tocar con fe el borde del mando de Jesús, pero al
hacerlo, intentó pasar desapercibida entre la multitud. Su actitud podía ser
razonable, dado que los judíos no habrían aceptado que una mujer inmunda
ceremonialmente les tocara. Pero sin embargo, Jesús percibió con total claridad
que había salido poder de él. Este es un hecho muy interesante que no debemos
pasar por alto.
Por un
lado, es importante notar que aunque eran muchas las personas que iban con
Jesús y que incluso le apretaban, sólo una de ellas tocó con fe a Jesús y fue
sanada. Tal vez la multitud acompañaba a Jesús en un ambiente festivo,
esperando ver un milagro en la casa de Jairo. En este estado, un tanto alocado,
se daban empujones e incluso apretaban a Jesús desconsideradamente. Por el
contrario, la mujer enferma buscaba cómo aproximarse a Jesús con un propósito
completamente diferente. Ella era movida por su profunda sensación de necesidad
y con un corazón lleno de fe y esperanza en Jesús. ¡Qué contraste! Pero esto
mismo ocurre constantemente en la iglesia de Cristo en el presente. Muchos
acuden a escuchar acerca de él, pero muy pocos son los que se acercan a él con
una fe personal que les puede salvar.
Observamos también
la actitud de los discípulos cuando Jesús hizo la pregunta: "Ves que la
multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?". Esto pone en
evidencia no sólo una falta de entendimiento de los discípulos, sino que
también revela cierta ausencia de respeto y sensibilidad hacia Jesús. Si el
Maestro se detuvo para hacer aquella observación, a ellos les tocaba
preguntarse la razón por la que lo hacía y no criticarle de esta forma un tanto
cruda y ruda en que contestaron a su pregunta. Ellos también necesitaban
aprender algo muy importante.
"Jesús,
conociendo en sí mismo el poder que había salido de él"
Los
discípulos no entendían el "desgaste" de Jesús por todas esas
sanidades. Probablemente se habían acostumbrado a ver fluir el poder de Jesús
sin ningún tipo de limitación y pensaron que era algo "natural" en
él. Pero el Señor tenía que enseñarles que había un coste y que era alto.
Humanamente
hablando, podríamos decir que cuando el Señor Jesucristo creó este inmenso
universo, no sufrió ningún tipo de "desgaste". Pero una cosa
totalmente diferente era tratar con el pecado del hombre. En algún sentido que
es imposible explicar y cuantificar, la salvación del hombre sí que ha supuesto
fatiga, cansancio y mucho dolor para el Hijo de Dios. Recordemos que la misma
Ley de Dios decía que Jesús había quedado religiosamente impuro cuando la mujer
con flujo de sangre le tocó (Lv 15:25-27). Y todo esto, como explica el apóstol
Pablo, con la finalidad de llevar nuestra maldición para que nosotros
pudiéramos ser salvados: (Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de
la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que
es colgado en un madero)". No podemos ir más allá en nuestros
razonamientos por temor a equivocarnos, pero sí que debemos detenernos a adorar
a Dios por su amor hacia cada uno de nosotros.
Vemos
entonces, que los discípulos que estaban tan cerca del Señor, ignoraban lo que
estaba pasando. Por eso, el Señor se detuvo para enseñarles un principio
fundamental que nosotros debemos aprender también. Nunca podremos hacer algo
digno para el Señor a menos que pongamos en ello algo de nosotros, de nuestra
propia vida. El rey David lo expresó magníficamente cuando dijo: "No
ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada”.
Nos resultan
incomprensibles aquellos creyentes que dicen estar dispuestos a servir al
Señor, pero "con calma", cuando les apetezca y se sientan con ánimos,
sin agobios ni prisas. Esta actitud es incompatible con lo que el Señor ha
hecho por nosotros y nos ha enseñado. Si queremos seguir sus huellas, tendremos
que estar dispuestos, no sólo a gastar lo nuestro, sino especialmente a
gastarnos a nosotros mismos.
"La
mujer, temiendo y temblando, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la
verdad"
El Señor
Jesús cumplía con todo el programa que su Padre le había encomendado, y aunque
una niña moribunda esperaba el toque de su mano, debía detenerse para atender a
la mujer y sacar del incidente todo el perfume de su fe. Para ello era
necesario que la mujer no quedara en el anonimato, sino que confesara lo que
había pasado. Fue entonces cuando Jesús preguntó: "¿Quién ha tocado mis
vestidos?".
Por
supuesto, Cristo sabía quién era la persona que había sido sanada, pero era
necesario que la mujer se identificara y diera testimonio público de la obra de
Dios en su vida. Esto era necesario por varias razones:
• Confirmaba el principio que el
apóstol Pablo expresó: "Porque con el corazón se cree para justicia, pero
con la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:10).
• Permitía a Cristo llegar a tener
una relación personal con la mujer. Nunca es su deseo que seamos salvados por
su poder, pero que no tengamos nada que ver con él. Por eso, después de la
sanidad, buscó el diálogo personal con la mujer.
• Además, tan precioso ejemplo de fe
no debía quedar oculto a los ojos de la multitud de curiosos, que debían
aprender que sólo por la fe es posible obtener los beneficios de Cristo.
En un
principio, la mujer intentó esconderse, probablemente para no tener que
ruborizarse contando públicamente la naturaleza de su enfermedad y la manera en
la que había recibido su sanidad. Pero como cristianos, debemos recordar que
nunca hemos de avergonzarnos de confesar ante los hombres lo que Cristo ha
hecho por nosotros. De hecho, debemos esforzarnos en buscar la oportunidad para
hacerlo.
Finalmente,
la fe de la mujer le hizo vencer todos los obstáculos e hizo una conmovedora
confesión, donde de manera maravillosa se combinaba humildad y franqueza en
cuanto a su necesidad, y la debida gratitud y adoración en vista de su
curación.
Tal vez
ella esperaba alguna reprensión de parte del Señor por haberle tocado estando
inmunda ceremonialmente, pero nada más lejos de eso. El Señor le animó y
confirmó su sanidad con unas cariñosas palabras: "Hija, tu fe te ha hecho
salva; ve en paz y queda sana de tu azote".
Fácilmente
podemos imaginar el alivio de la mujer después de haber confesado a Cristo
públicamente.
Y a partir
de este momento, la mujer volvió a formar parte de la vida social y religiosa
del pueblo de Dios.
"Tu
hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?"
Pero
mientras la mujer sentía el profundo alivio de su sanidad, no debemos olvidar
que Jairo seguía al lado de Jesús, impaciente, consumiéndose en su angustia,
preguntándose una y otra vez por qué el Señor se demoraba tanto con aquella
mujer mientras su hija agonizaba.
Muchas
veces llegamos a sentir lo mismo, viendo cómo Dios soluciona los problemas de
otros, mientras que nosotros nos consumimos en la impaciencia esperando que
obre también en nuestra situación. Es entonces cuando debemos recordar que el
Señor tiene propósitos diferentes con cada uno de nosotros.
Fue en ese
momento cuando llegó la trágica noticia desde la casa de Jairo: "Tu hija
ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro".
No es
difícil imaginar el estado de ánimo de Jairo. La muerte siempre es dolorosa,
pero si se trata de un niño pequeño, y es nuestro propio hijo, entonces se
convierte en una experiencia desgarradora. Ante una situación así parece que ya
no queda lugar para la esperanza. Como muchos dicen: "todo tiene solución,
menos la muerte". De hecho, esta fue la actitud de los que le dieron la
noticia a Jairo: "¿Para qué molestas más al Maestro?", ya no hay nada
más que se pueda hacer.
Pero si
esto no era suficiente, el ambiente al llegar a casa, con todas las plañideras
llorando, gritando, gesticulando, hacía que la desesperación y la desolación
fueran totales.
Pero en ese
mismo instante el Señor intervino: "No temas, cree solamente". Si
alguien podía transmitir algún tipo de esperanza en una situación así, ese sólo
podía ser Cristo. Cuando todos los recursos humanos fallan, sólo quedan los
divinos.
Ya
comentamos al principio, que el propósito de Cristo era elevar la fe de Jairo a
nuevos horizontes. Quería que llegara a entender que él no sólo tiene poder
para sanar enfermos, sino también para resucitar muertos. Pero para ello,
tendría que vencer nuevos obstáculos. Para empezar, debía creer que Jesús podía
hacer lo que todos los demás hombres consideran que es imposible: resucitar un
muerto. Tenía que creer con Cristo la muerte no es el fin de todas las
esperanzas humanas. Y más tarde, cuando llegaron a la casa, tendría que
soportar también las burlas de la gente que se rieron de Cristo cuando dijo que
la niña no estaba muerta sino que dormía.
"No
permitió que le siguiese nadie"
Cuando
llegaron a la casa de Jairo, Cristo echó a todos fuera, quedándose sólo con los
padres de la niña y tres de sus discípulos; Pedro, Juan y Jacobo. ¿Por qué no
permitió que otros entraran? ¿Por qué después de resucitar a la niña mandó a
los padres que no dijeran nada a nadie?
Probablemente,
una de las razones para sacar fuera a las plañideras y muchos otros de los
presentes, era porque su actitud constituía un estorbo para la manifestación
del poder del Señor. No nos olvidemos que muchos de ellos se estaban burlando
de Jesús cuando dijo que la niña estaba durmiendo.
Por otro
lado, el escoger a estos tres discípulos, tal vez se debió al hecho de que éste
era el número de testigos que exigía la ley para que un testimonio fuera válido
(Dt 17:6). Aunque curiosamente, este grupo de tres discípulos fue el mismo con
el que el Señor se apartó también en el monte de la transfiguración y más tarde
en el huerto del Getsemaní. Debemos deducir que estos tres apóstoles formaban
un grupo más íntimo con el Señor y que los estaba formando para tareas
especiales.
Y en cuanto
a la insistencia del Señor por mantener sus milagros en secreto, ya hemos
señalado en otras ocasiones, que él no quería encender el fervor popular hasta
el punto en que las multitudes lo tomaran para dirigir un levantamiento contra
los romanos.
En el
comportamiento de Jesús nunca encontramos la actitud de algunos hacedores de
milagros de nuestro tiempo, que se ufanan de lo que hacen y buscan toda la
publicidad posible para sí mismos. Y el Señor tampoco se prestaba nunca para
satisfacer la curiosidad de la gente que sólo andaba en busca de lo
espectacular.
"Talita
cumi"
Otro
detalle muy interesante es la forma en la que Jesús resucitó a la niña. El le
dijo: "Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate".
Ya hemos visto que Marcos fue el intérprete de Pedro, uno de los tres
discípulos que acompañaron a Jesús en esa ocasión. Y en su memoria él siguió
escuchando aquel "talita cumi" toda su vida. El amor, la dulzura, el
cariño con que Jesús dijo aquellas palabras no llegaron a borrarse nunca de su
mente. Así que, cuando él contara esta historia a Marcos, seguiría pronunciando
estas mismas palabras.
Pero por
otro lado, el Señor había dicho que la niña no estaba muerta, sino que dormía.
Esto llegó a ser algo característico del mensaje cristiano; la muerte es como
un sueño del que finalmente nos despertará el Señor en su venida. Por esta
razón, algunos han pensado que estas cariñosas palabras de Jesús a la niña,
"talita cumi", eran las mismas con las que su madre le despertaría
cada día.
Reflexión
final
Probablemente,
muchos de nosotros estemos pensando en este momento que aunque Jesús sanó a
esta mujer y resucitó a esta niña, sin embargo, no hace lo mismo con nosotros
en este tiempo. Nosotros también tenemos fe en Cristo, pero sin embargo, aunque
deseamos ver sanados a nuestros seres queridos, no siempre vemos que esto
ocurra, y en muchas ocasiones, la muerte nos separa de ellos de manera
irremediable. ¿Por qué Dios no actúa de la misma forma hoy en día?
Es evidente
que este relato no tiene como finalidad animarnos a que nosotros esperemos lo
mismo en el día de hoy. Tal vez esa sea una de las razones por las que Cristo
encargó a todos que mantuvieran el secreto tanto como fuera posible para que
nadie lo supiese.
Pero lo que
sí que se proponía enseñarnos por medio de estos milagros, es que nuestra fe en
él nos debe llevar a tener una visión completamente nueva de la enfermedad y de
la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca. Ni la enfermedad ni la
muerte tienen un poder permanente sobre los que hemos creído en Cristo. Ambas
han sido vencidas por él y en su Reino ya no existirán más.
(Ap 21:4)
"Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni
habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el
que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las
cosas..."
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